INTERESES CONDUCTUALES
Tres temas
de especial interés para los padres, los cuidadores y los maestros de los
preescolares son la manera de fomentar el altruismo, poner freno a la agresión
y lidiar con los temores que suelen surgir a esta edad.
El altruismo
es el centro de la conducta
prosocial, la actividad voluntaria con el propósito de beneficiar a
otro. Incluso antes de su segundo cumpleaños, los niños suelen ayudar a otros,
compartir pertenencias y comida, y ofrecer consuelo. El análisis de la conducta
cooperativa reveló tres preferencias para compartir los recursos: la
preferencia por compartir con las personas con quienes se tienen relaciones
estrechas, reciprocidad (la preferencia por compartir con personas que han
compartido con uno), y reciprocidad indirecta (la preferencia por compartir con
personas que han compartido con otros). Los genes y el ambiente contribuyen a profundizar las
diferencias individuales en la conducta prosocial, un ejemplo de correlación
entre genes y ambiente. Por
lo general, los niños prosociales tienen padres que también lo son. Señalan
modelos de conducta prosocial y proporcionan cuentos, películas y programas de
televisión que muestren cooperación, colaboración y empatía y que fomenten la
compasión, la generosidad y la amabilidad.
La agresión instrumental, la forma más común de violencia en
la niñez temprana en que se utiliza la agresión como instrumento para alcanzar
una meta. Entre los dos y medio y los cinco años, es frecuente que los niños
peleen por juguetes y el control del espacio. La agresión aflora sobre todo
durante el juego social: los niños que más pelean también suelen ser los más
sociables y competentes. En realidad, la capacidad de demostrar cierto grado de
agresión instrumental puede ser un paso necesario en el desarrollo social.
A medida que los niños
desarrollan más autocontrol y mayor capacidad de expresarse vía verbal, por lo
general pasan de mostrar agresión con golpes a hacerlo con palabras. Los niños
que, cuando preescolares, participan a menudo en juegos de fantasía violentos,
a los seis años pueden ser propensos a demostraciones violentas de irritación.
Es evidente
que los niños y las niñas usan diferentes tipos de agresión. Mientras los
varones manifiestan más agresión abierta (directa) (agresión física o verbal
dirigida explícitamente a su objetivo), es más probable que las niñas
practiquen la agresión relacional (social o indirecta). Este tipo más sutil de
agresión consiste en dañar o interferir en las relaciones, reputación o
bienestar psicológico, a menudo por medio de burlas, manipulación, ostracismo u
ofertas por el poder. Puede incluir la difusión de rumores, insultos,
desprecios o excluir a alguien de un grupo.
La
agresividad puede ser resultado de una combinación de una atmósfera familiar
estresante y poco estimulante, disciplina severa, falta de calidez materna y de
apoyo social, exposición a adultos agresivos y a vecindarios violentos, así
como la fugacidad de los grupos de pares, lo cual puede impedir las amistades
estables.
Los temores
pasajeros son comunes en la niñez temprana. Muchos niños de dos a cuatro años
temen a los animales, en especial a los perros. A los seis años es más probable
que tengan miedo a la oscuridad. Otros miedos comunes son a las tormentas, a
los médicos y a criaturas imaginarias. Los temores de los niños pequeños surgen
en buena medida de su intensa vida de fantasía y de su tendencia a confundir
apariencia con realidad. En ocasiones su imaginación puede descarrilarse y los
hace preocuparse por la posibilidad de ser atacados por un león o de ser
abandonados. Es más probable que los pequeños sean asustados por algo que
parece dar miedo, como los monstruos de las caricaturas, que por algo que puede
causarles gran daño, como una explosión nuclear.
Muchos
temores son superados porque los pequeños son mejores para distinguir lo real y
lo imaginario. Además, a medida que los niños dominan nuevas habilidades,
desarrollan un sentido incipiente de autonomía. Cuando éste es emparejado con
su mayor capacidad para entender y predecir los sucesos de su entorno, los
niños sienten que tienen mayor control y, por consiguiente, se sienten menos
atemorizados. Para ayudar a prevenir los temores de los niños los padres pueden
inculcarles un sentido de confianza y cautela normales, no ser sobreprotectores
y superar sus propios miedos infundados. Pueden apoyar a un niño miedoso tranquilizándolo
y alentando la expresión abierta de los sentimientos.
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